viernes, 27 de julio de 2012

Oda a la bicicleta

                        Oda a la bicicleta
Iba por el camino crepitante: el sol se desgranaba
como maíz ardiendo y era la tierra calurosa un infinito
círculo con cielo arriba azul, deshabitado.
Pasaron junto a mí las bicicletas, los únicos insectos
de aquel minuto seco del verano, sigilosas, veloces,
transparentes: me parecieron sólo movimientos del
aire.
Obreros y muchachas a las fábricas iban entregando
los ojos al verano, las cabezas al cielo, sentados en
los élitros de las vertiginosas bicicletas que silbaban
cruzando puentes, rosales, zarza y mediodía
Pensé en la tarde cuando los muchachos se laven,
canten, coman, levanten una copa de vino en honor
del amor y de la vida, y a la puerta esperando la
bicicleta inmóvil porque sólo de movimiento fue su
alma y allí caída no es insecto transparente que
recorre el verano, sino esqueleto frío que sólo
recupera un cuerpo errante con la urgencia y la luz, es
decir, con la resurrección de cada día.
(Pablo Neruda, 1956, Tercer libro de las odas)

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